Mal final de temporada para el de Manacor. ¿La cabeza? ¿Las molestias? ¿Ha bajado un peldaño en su tenis? Yo, por mi parte, tengo otra opinión bien distinta: Nadal ha perdido su 'feeling'.
No he visto más que partido y medio (la mitad de su participación) de lo que Nadal ha jugado en Londres, en el O2, donde se dirimía el último torneo del año. Como todos sabemos, Davydenko se impuso en la final a Del Potro. Nadal, por el contrario, no ganó ni un set. Perdió claramente ante Soderling, las molestias y la cabeza le jugaron una mala pasada frente a Davydenko y 'Nole' Djokovic le sacó de la pista, literalmente, a pelotazos. Los dolores de espalda le hicieron salir de la pista casi prematuramente. No vimos al Nadal combativo de otras veces. No pudo aguantar el ritmo del resto de jugadores. No se movía con la misma agilidad. Entre punto y punto, ponía malas caras, hacía gestos... nada propio de él. Todos los españoles nos preguntamos entonces y ahora, ¿qué le pasa a Rafa Nadal?. Algunos incluso incluyen en la pregunta alguna que otra palabra malsonante. De ser la piedra en el zapato de Federer, de inspirar miedo y terror en sus rivales y ganar sus partidos por simple inercia ha pasado a no ganar a ningún top ten y a no imponerse en los torneos de envergadura desde hace meses. ¿Molestias? No más que el resto de los top ten, que han jugado la misma cantidad de partidos, uno más o uno abajo. Puede que lo del divorcio de sus padres le afecte, sí. Pero la verdad es que una vez entras en la pista, todo lo demás queda fuera. Vale la bola, las líneas, la red, el juez y el rival. Ni siquiera el público puede afectarte mucho si estás concentrado. Si estás realmente concentrado. Miras la bola, te mueves, y casi sin pensar, la golpeas hacia el otro lado de la pista. Lo que si importa entonces es la confianza. Si mientras te mueves, miras la bola (Björn Borg intentaba hasta distinguir las letras de la marca de la bola mientras se le acercaba) y la golpeas no te sientes fuerte, con confianza, sabiéndote capaz de hacer el punto estás perdido. Es una sensación indescriptible, un segundo antes de golpear. En ese instante, sabes si va a salir fuerte o o floja, si le vas a dar bien o mal, si va a ser punto o no. Antes de que la bola siquiera pase la red tú ya puedes casi gritar ¡vamos! o agachar la cabeza. Es cuestión de sentir el golpe. A falta de una descripción mejor, los tenistas le llaman 'feeling': sentimiento. Es esa confianza en su juego la que, durante dos años, le ha permitido a Nadal ganar una y otra vez a Federer. Otros lo expresan diciendo que le tenía comida la moral. ¿Cómo no iba a comerle la moral si el suizo sabía que hiciese lo que hiciese Nadal iba a correr hasta la extenuación, devolver todas las bolas prácticamente a la línea, liftadas, altas sobre su revés? Era desesperante para él. Porque Rafa se sabía capaz de pegarle así a la bola. Le pegaba con el alma y sabía que esa bola iba a dar exactamente en la línea de fondo, sobre el revés a una mano de Federer. Sabía que el suizo le haría tres puntos de diez, absolutamente geniales, pero los otros siete los ganaría él. Y lo mismo le pasaba con el resto. Y al contrario, todos salían medio derrotados contra Nadal. Era intocable, invencible. En que les hacía dos juegos seguidos, se derrumbaban, tiraban bolas que no debían tirar y jugaban por debajo de sus posibilidades. Era el mejor porque se sabía el mejor dentro de la pista, un segundo antes de golpear la bola, con una confianza bárbara que le imprimía a cada golpe.
Y lo que sí han hecho todas estas lesiones, el divorcio de sus padres y las cosas (que ninguno sabemos) que le hayan podido pasar ha sido cortarle este trepidante y victorioso ritmo. Nadal paró. Y volvió, sí. Pero cuando se puso de nuevo en una pista, estaba lleno de incertidumbre. ¿Podría ser capaz de reengancharse otra vez al lado ganador? Todos creíamos que sí. Incluso él. Pero el feeling no responde a lo que nosotros creemos. Entrenamiento a entrenamiento no se notaba cómodo, no le gustaba su revés, no se notaba tan ágil (aunque probablemente sí que lo estaba) y cuando saltó a a la pista para jugar un torneo de nuevo, eso se notó. Hoy no llega a bolas a las que ayer sí lo hacía. Antes, tal vez no llegase cómodo, pero las devolvía por fe: una, otra, otra, otra... hasta que el rival se desesperaba y no sabía que hacer. Ahora ya no recupera el centro con esa velocidad de vértigo. Se cubre su revés, con miedo, como considerando ese golpe inferior al del rival. Probablemente, porque cuando le viene la bola a su costado derecho (el de su revés) no se sienta con seguridad para golpear la bola delante, con fuerza, bien sujeto el cuerpo y moviendo los brazos para envolverla. Quizá pensaba que no la va a meter. Y se cubrecon la derecha (en realidad, en su caso, con la izquierda). Y eso, aunque parezca que no, desgasta. Quita seguridad. Su porcentaje de acierto en el saque ha bajado. Sus errores no forzados han subido.
En resumidas cuentas, le falta feeling, espíritu ganador, confianza, fe... pero no tenis. Por eso se le espera. Porque ha sido número uno. Porque todos nos emocionamos con su final de Wimbledon. Porque ha ganado 4 Roland Garros seguidos. Porque ha ganado el Australian Open. Porque es uno de los jugadores que más Masters Series ha ganado. Porque nos ha dado lecciones de pundonor, de humildad y, sí, de tenis también. Porque es uno de los mejores tenistas de la historia, digan lo que digan, le pese a quien le pese. Aunque sea por mentalidad, por ser rocoso, por pura cabezonería, lo es. Y además, porque es el mejor tenista y uno de los mejores deportistas de la historia de España. Y eso no hay quien lo discuta. Por eso se le espera.
Y por otra cosa más. Porque Nadal, el tenista, nació con la Davis. Y ahora tiene otra para renacer de sus cenizas y volver como el campeón que es. Me explico.
2004. Sevilla, España. Segundo partido de la eliminatoria de la final de la Copa Davis, que enfrenta a Estados Unidos y a España. Cuatro años después de la gran victoria española. El equipo patrio está compuesto por Juan Carlos Ferrero, Carlos Moyá, Tommy Robredo y un casi desconocido Rafael Nadal como suplente. En el primero, Moyá se ha impuesto con suma facilidad a Mardy Fish. En el segundo juega Nadal. No sorprende: Ferrero no llegaba bien a la cita., ya había faltado en las 'semis' (igual que Moyá). El rival: Andy Roddick. Un Andy Roddick en pleno auge, en el mejor momento de su carrera. Un cañonero poco menos que invencible para un Nadal que a duras penas se mantenía entre los 50 primeros. Sí, un imberbe Rafa Nadal se había echado, a sus 18 añitos, al equipo español a las espaldas en las semifinales contra la República Checa (precisamente nuestro rival en la final de este año) y había disputado tres partidos, los tres con victoria. La gente comenzaba a conocerle: "Oye, que bien jugó ese chaval, parece que apunta". Nike se empezaba a plantear darle una imagen de tipo duro para los siguientes años. Empezaba a entrar en los comentarios de los entendidos. Sin embargo, en el resto de torneos de ese año no había cosechado demasiados éxitos: finalista en Auckland y vencedor en Sopot, pero eliminado prontamente del Australia Open y del US Open, los dos grandes que había disputado. No obstante, allí estaba, en toda una final de la Davis y frente a Roddick. El resultado pasará a la historia: Rafa Nadal (ESP) a Andy Roddick (EEUU) por 6-7, 6-2, 7-6 y 6-2. España acabaría imponiéndose en el cuarto partido gracias a Moyá y ganando su segunda Copa Davis por 3-2 (Robredo jugó a medio gas el último partido, que fue una fiesta). Pero para los entendidos del tenis esa eliminatoria, ese segundo partido frente a Roddick tiene otra lectura. De ese partido, Moyá y Ferrero, que habían entrenado con Rafa, sólo dijeron: "Roddick ha despertado a una bestia dormida". Desde luego, quedará en la retina de muchos. Un partido de los que hacen afición. Tras un primer set en el que cayó por 7-6, todos nos esperábamos que se hundiera. Era lógico, era inferior, o eso creíamos, en tenis, en edad, en ranking, en experiencia... Pero no fue así. No cayó. Todo lo contrario. Ese fue el primer partido en el que Nadal gritó, junto a toda España, ¡Vamos!. Nos emocionó, nos encanchó a la tele y levantó el partido: pasó por encima del número 3 del mundo. En ese partido se ganó su feeling., su fama y empezó la gran leyenda de Rafael Nadal. Al año siguiente, 2005, comenzó la dictadura de Nadal en la temporada de arcilla y, poco a poco, en el tenis en general.
Puede que ahora haya perdido momentaneamente ese feeling. Pero si hay un lugar donde pueda recuperarlo es en la final de la Copa Davis, en tierra, en el mítico Palau Sant Jordi, con el público a las espaldas y como líder indiscutible del equipo español. Es el escenario ideal para que Rafa se venga arriba, termine la temporada en lo más alto y vuelva a la senda del triunfo en 2010. Porque ya lo ha demostrado muchas veces. Si hay alguien que es capaz, es él. Llega con molestias, con las dudas de la afición, de su tío, habiendo perdido los últimos partidos sin ganar un set... que queréis que os diga... a mí me huele a épica. ¡Vamos Rafa!
No he visto más que partido y medio (la mitad de su participación) de lo que Nadal ha jugado en Londres, en el O2, donde se dirimía el último torneo del año. Como todos sabemos, Davydenko se impuso en la final a Del Potro. Nadal, por el contrario, no ganó ni un set. Perdió claramente ante Soderling, las molestias y la cabeza le jugaron una mala pasada frente a Davydenko y 'Nole' Djokovic le sacó de la pista, literalmente, a pelotazos. Los dolores de espalda le hicieron salir de la pista casi prematuramente. No vimos al Nadal combativo de otras veces. No pudo aguantar el ritmo del resto de jugadores. No se movía con la misma agilidad. Entre punto y punto, ponía malas caras, hacía gestos... nada propio de él. Todos los españoles nos preguntamos entonces y ahora, ¿qué le pasa a Rafa Nadal?. Algunos incluso incluyen en la pregunta alguna que otra palabra malsonante. De ser la piedra en el zapato de Federer, de inspirar miedo y terror en sus rivales y ganar sus partidos por simple inercia ha pasado a no ganar a ningún top ten y a no imponerse en los torneos de envergadura desde hace meses. ¿Molestias? No más que el resto de los top ten, que han jugado la misma cantidad de partidos, uno más o uno abajo. Puede que lo del divorcio de sus padres le afecte, sí. Pero la verdad es que una vez entras en la pista, todo lo demás queda fuera. Vale la bola, las líneas, la red, el juez y el rival. Ni siquiera el público puede afectarte mucho si estás concentrado. Si estás realmente concentrado. Miras la bola, te mueves, y casi sin pensar, la golpeas hacia el otro lado de la pista. Lo que si importa entonces es la confianza. Si mientras te mueves, miras la bola (Björn Borg intentaba hasta distinguir las letras de la marca de la bola mientras se le acercaba) y la golpeas no te sientes fuerte, con confianza, sabiéndote capaz de hacer el punto estás perdido. Es una sensación indescriptible, un segundo antes de golpear. En ese instante, sabes si va a salir fuerte o o floja, si le vas a dar bien o mal, si va a ser punto o no. Antes de que la bola siquiera pase la red tú ya puedes casi gritar ¡vamos! o agachar la cabeza. Es cuestión de sentir el golpe. A falta de una descripción mejor, los tenistas le llaman 'feeling': sentimiento. Es esa confianza en su juego la que, durante dos años, le ha permitido a Nadal ganar una y otra vez a Federer. Otros lo expresan diciendo que le tenía comida la moral. ¿Cómo no iba a comerle la moral si el suizo sabía que hiciese lo que hiciese Nadal iba a correr hasta la extenuación, devolver todas las bolas prácticamente a la línea, liftadas, altas sobre su revés? Era desesperante para él. Porque Rafa se sabía capaz de pegarle así a la bola. Le pegaba con el alma y sabía que esa bola iba a dar exactamente en la línea de fondo, sobre el revés a una mano de Federer. Sabía que el suizo le haría tres puntos de diez, absolutamente geniales, pero los otros siete los ganaría él. Y lo mismo le pasaba con el resto. Y al contrario, todos salían medio derrotados contra Nadal. Era intocable, invencible. En que les hacía dos juegos seguidos, se derrumbaban, tiraban bolas que no debían tirar y jugaban por debajo de sus posibilidades. Era el mejor porque se sabía el mejor dentro de la pista, un segundo antes de golpear la bola, con una confianza bárbara que le imprimía a cada golpe.
Y lo que sí han hecho todas estas lesiones, el divorcio de sus padres y las cosas (que ninguno sabemos) que le hayan podido pasar ha sido cortarle este trepidante y victorioso ritmo. Nadal paró. Y volvió, sí. Pero cuando se puso de nuevo en una pista, estaba lleno de incertidumbre. ¿Podría ser capaz de reengancharse otra vez al lado ganador? Todos creíamos que sí. Incluso él. Pero el feeling no responde a lo que nosotros creemos. Entrenamiento a entrenamiento no se notaba cómodo, no le gustaba su revés, no se notaba tan ágil (aunque probablemente sí que lo estaba) y cuando saltó a a la pista para jugar un torneo de nuevo, eso se notó. Hoy no llega a bolas a las que ayer sí lo hacía. Antes, tal vez no llegase cómodo, pero las devolvía por fe: una, otra, otra, otra... hasta que el rival se desesperaba y no sabía que hacer. Ahora ya no recupera el centro con esa velocidad de vértigo. Se cubre su revés, con miedo, como considerando ese golpe inferior al del rival. Probablemente, porque cuando le viene la bola a su costado derecho (el de su revés) no se sienta con seguridad para golpear la bola delante, con fuerza, bien sujeto el cuerpo y moviendo los brazos para envolverla. Quizá pensaba que no la va a meter. Y se cubrecon la derecha (en realidad, en su caso, con la izquierda). Y eso, aunque parezca que no, desgasta. Quita seguridad. Su porcentaje de acierto en el saque ha bajado. Sus errores no forzados han subido.
En resumidas cuentas, le falta feeling, espíritu ganador, confianza, fe... pero no tenis. Por eso se le espera. Porque ha sido número uno. Porque todos nos emocionamos con su final de Wimbledon. Porque ha ganado 4 Roland Garros seguidos. Porque ha ganado el Australian Open. Porque es uno de los jugadores que más Masters Series ha ganado. Porque nos ha dado lecciones de pundonor, de humildad y, sí, de tenis también. Porque es uno de los mejores tenistas de la historia, digan lo que digan, le pese a quien le pese. Aunque sea por mentalidad, por ser rocoso, por pura cabezonería, lo es. Y además, porque es el mejor tenista y uno de los mejores deportistas de la historia de España. Y eso no hay quien lo discuta. Por eso se le espera.
Y por otra cosa más. Porque Nadal, el tenista, nació con la Davis. Y ahora tiene otra para renacer de sus cenizas y volver como el campeón que es. Me explico.
2004. Sevilla, España. Segundo partido de la eliminatoria de la final de la Copa Davis, que enfrenta a Estados Unidos y a España. Cuatro años después de la gran victoria española. El equipo patrio está compuesto por Juan Carlos Ferrero, Carlos Moyá, Tommy Robredo y un casi desconocido Rafael Nadal como suplente. En el primero, Moyá se ha impuesto con suma facilidad a Mardy Fish. En el segundo juega Nadal. No sorprende: Ferrero no llegaba bien a la cita., ya había faltado en las 'semis' (igual que Moyá). El rival: Andy Roddick. Un Andy Roddick en pleno auge, en el mejor momento de su carrera. Un cañonero poco menos que invencible para un Nadal que a duras penas se mantenía entre los 50 primeros. Sí, un imberbe Rafa Nadal se había echado, a sus 18 añitos, al equipo español a las espaldas en las semifinales contra la República Checa (precisamente nuestro rival en la final de este año) y había disputado tres partidos, los tres con victoria. La gente comenzaba a conocerle: "Oye, que bien jugó ese chaval, parece que apunta". Nike se empezaba a plantear darle una imagen de tipo duro para los siguientes años. Empezaba a entrar en los comentarios de los entendidos. Sin embargo, en el resto de torneos de ese año no había cosechado demasiados éxitos: finalista en Auckland y vencedor en Sopot, pero eliminado prontamente del Australia Open y del US Open, los dos grandes que había disputado. No obstante, allí estaba, en toda una final de la Davis y frente a Roddick. El resultado pasará a la historia: Rafa Nadal (ESP) a Andy Roddick (EEUU) por 6-7, 6-2, 7-6 y 6-2. España acabaría imponiéndose en el cuarto partido gracias a Moyá y ganando su segunda Copa Davis por 3-2 (Robredo jugó a medio gas el último partido, que fue una fiesta). Pero para los entendidos del tenis esa eliminatoria, ese segundo partido frente a Roddick tiene otra lectura. De ese partido, Moyá y Ferrero, que habían entrenado con Rafa, sólo dijeron: "Roddick ha despertado a una bestia dormida". Desde luego, quedará en la retina de muchos. Un partido de los que hacen afición. Tras un primer set en el que cayó por 7-6, todos nos esperábamos que se hundiera. Era lógico, era inferior, o eso creíamos, en tenis, en edad, en ranking, en experiencia... Pero no fue así. No cayó. Todo lo contrario. Ese fue el primer partido en el que Nadal gritó, junto a toda España, ¡Vamos!. Nos emocionó, nos encanchó a la tele y levantó el partido: pasó por encima del número 3 del mundo. En ese partido se ganó su feeling., su fama y empezó la gran leyenda de Rafael Nadal. Al año siguiente, 2005, comenzó la dictadura de Nadal en la temporada de arcilla y, poco a poco, en el tenis en general.
Puede que ahora haya perdido momentaneamente ese feeling. Pero si hay un lugar donde pueda recuperarlo es en la final de la Copa Davis, en tierra, en el mítico Palau Sant Jordi, con el público a las espaldas y como líder indiscutible del equipo español. Es el escenario ideal para que Rafa se venga arriba, termine la temporada en lo más alto y vuelva a la senda del triunfo en 2010. Porque ya lo ha demostrado muchas veces. Si hay alguien que es capaz, es él. Llega con molestias, con las dudas de la afición, de su tío, habiendo perdido los últimos partidos sin ganar un set... que queréis que os diga... a mí me huele a épica. ¡Vamos Rafa!
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