La maquinaria suiza ha comenzado la temporada completamente engrasada. El Open de Australia ha terminado y parece haber sido sólo una comparsa para el número uno mundial.
6-3, 6-4 y 7-6 (11). Open de Australia y a otra cosa. Parece que no cueste esfuerzo, que ganar un Grand Slam sea cosa de niños. ¡Qué grande es el suizo! Qué exhibición de tenis, de técnica. Qué revés más excelso, qué facilidad para hacer los puntos. Nadie le ha puesto contra las cuerdas, nadie parece haberle forzado. Sólo él y Nadal (en tierra batida) son capaces de ganar la final de un grande en tres sets. Y sin alterarse, como si la cosa no fuese con él y todo estuviese escrito en un guión preestablecido.
No pudo hacer nada Andy Murray, que bastante hizo con plantarse en la final. El británico venía de tumbar en cuartos a nuestro Rafa Nadal, al que la maldita rodilla sigue dándole problemas. Si quieren mi opinión, en el segundo set pudo ganar tanto uno como otro, pero la rodilla y la suerte estuvieron en conctra del español. Creo que si hubiese ganado ese set habría forzado el físico. Ahora bien, dos sets abajo y dolorido decidió tirar la toalla (nos resulta increíble pero bien que hizo). En semifinales acabó con el sorpresón del torneo, el croata Marin Cilic. Con el juego demostrado por este gigantón, se le espera entre los primeros puestos de la ATP a no mucho tardar si su juego sigue creciendo. Y si no es así, no será la primera promesa que pasa de estrella a estrellado, pero desde luego su actuación en el primer Grand Slam de la temporada ha sido intachable.
Por el otro lado del cuadro, Federer arrasó al local Hewitt con un juego al que algunos llaman más efectivo que brillante. No estoy de acuerdo. Dicen que en este torneo Roger no ha jugado su mejor tenis y no es así. Ganar tan fácil a todos, con esa calma y esa sangre fría y con puntos tan sencillos no puede ser sino una demostración de fuerza y de brillantez absolutamente pasmosas. En cuartos tuvo su compromiso más complicado, por decir algo, con un Davydenko que venía en racha. Una racha que le duró un set, en el que machacó a un gris Federer. A partir de entonces la bestia despertó e incluso llegó a endosarle un rosco al ruso. Lo de Tsonga en semifinales fue un paseo más que militar. El francés estaba más que satisfecho con sus 'semis' y salió derrotado a la pista australiana.
La final fue, como ya hemos dicho, una exhibición de Roger. Por su efectividad, por su facilidad, por ganar en tres sets como si fuera la cosa más fácil del mundo. Murray hizo lo que pudo (que es mucho) pero no fue suficiente. Nunca es suficiente, porque nos encontramos ante el mejor jugador del mundo y, para mí, ante el mejor jugador de la historia. Y que quede claro, eso no quita que piense que Nadal le puede volver a batir en tierra batida y, si vuelve a coger confianza, arrebatarle el número uno. Porque si eres Murray, por muy bueno que seas, no tienes el carisma, la fuerza suficiente para imponerte a Federer. Siempre falta el punto de más, el salto de la calidad a la excelencia. Y de eso, hoy por hoy, sólo son capaces dos, aunque algunos le metan ahora palos a Nadal porque esté el número 4 del mundo (nada, una nimiedad). Nos ha malacostumbrado, pero ahora se le espera para que nos vuelva a malacostumbrar.
Por su parte, en el cuadro femenino Serena Williams, la número uno mundial, acabó con el sueño de una gran tenista que a mi personalmente me encanta, Justine Henin. A pesar de la demostración de poderío de la Williams la lectura que saco yo del torneo es que la finalista belga vuelve asustando. En su primer torneo serio más de un año después ha llegado a la final, apoyándose en un revés precioso y en la técnica por encima del físico de la estadounidense.
Leyendo entre líneas, este Open de Australia ha deparado pocas sorpresas en los ganadores, sobre todo en el cuadro masculino. Roger Federer se reconfirma por enésima vez como el rival a batir y amplia ventajas en un circuito que cada vez es más suyo. Se garantiza aguantar más semanas en el número uno que el mítico 'Jimbo' Connors (269) y sigue con su dictadura particular. Pero tranquilos, que en cuanto Rafa salga de la lesión comenzará la temporada de tierra, esa que tanto ha echado de menos, y se le espera.
6-3, 6-4 y 7-6 (11). Open de Australia y a otra cosa. Parece que no cueste esfuerzo, que ganar un Grand Slam sea cosa de niños. ¡Qué grande es el suizo! Qué exhibición de tenis, de técnica. Qué revés más excelso, qué facilidad para hacer los puntos. Nadie le ha puesto contra las cuerdas, nadie parece haberle forzado. Sólo él y Nadal (en tierra batida) son capaces de ganar la final de un grande en tres sets. Y sin alterarse, como si la cosa no fuese con él y todo estuviese escrito en un guión preestablecido.
No pudo hacer nada Andy Murray, que bastante hizo con plantarse en la final. El británico venía de tumbar en cuartos a nuestro Rafa Nadal, al que la maldita rodilla sigue dándole problemas. Si quieren mi opinión, en el segundo set pudo ganar tanto uno como otro, pero la rodilla y la suerte estuvieron en conctra del español. Creo que si hubiese ganado ese set habría forzado el físico. Ahora bien, dos sets abajo y dolorido decidió tirar la toalla (nos resulta increíble pero bien que hizo). En semifinales acabó con el sorpresón del torneo, el croata Marin Cilic. Con el juego demostrado por este gigantón, se le espera entre los primeros puestos de la ATP a no mucho tardar si su juego sigue creciendo. Y si no es así, no será la primera promesa que pasa de estrella a estrellado, pero desde luego su actuación en el primer Grand Slam de la temporada ha sido intachable.
Por el otro lado del cuadro, Federer arrasó al local Hewitt con un juego al que algunos llaman más efectivo que brillante. No estoy de acuerdo. Dicen que en este torneo Roger no ha jugado su mejor tenis y no es así. Ganar tan fácil a todos, con esa calma y esa sangre fría y con puntos tan sencillos no puede ser sino una demostración de fuerza y de brillantez absolutamente pasmosas. En cuartos tuvo su compromiso más complicado, por decir algo, con un Davydenko que venía en racha. Una racha que le duró un set, en el que machacó a un gris Federer. A partir de entonces la bestia despertó e incluso llegó a endosarle un rosco al ruso. Lo de Tsonga en semifinales fue un paseo más que militar. El francés estaba más que satisfecho con sus 'semis' y salió derrotado a la pista australiana.
La final fue, como ya hemos dicho, una exhibición de Roger. Por su efectividad, por su facilidad, por ganar en tres sets como si fuera la cosa más fácil del mundo. Murray hizo lo que pudo (que es mucho) pero no fue suficiente. Nunca es suficiente, porque nos encontramos ante el mejor jugador del mundo y, para mí, ante el mejor jugador de la historia. Y que quede claro, eso no quita que piense que Nadal le puede volver a batir en tierra batida y, si vuelve a coger confianza, arrebatarle el número uno. Porque si eres Murray, por muy bueno que seas, no tienes el carisma, la fuerza suficiente para imponerte a Federer. Siempre falta el punto de más, el salto de la calidad a la excelencia. Y de eso, hoy por hoy, sólo son capaces dos, aunque algunos le metan ahora palos a Nadal porque esté el número 4 del mundo (nada, una nimiedad). Nos ha malacostumbrado, pero ahora se le espera para que nos vuelva a malacostumbrar.
Por su parte, en el cuadro femenino Serena Williams, la número uno mundial, acabó con el sueño de una gran tenista que a mi personalmente me encanta, Justine Henin. A pesar de la demostración de poderío de la Williams la lectura que saco yo del torneo es que la finalista belga vuelve asustando. En su primer torneo serio más de un año después ha llegado a la final, apoyándose en un revés precioso y en la técnica por encima del físico de la estadounidense.
Leyendo entre líneas, este Open de Australia ha deparado pocas sorpresas en los ganadores, sobre todo en el cuadro masculino. Roger Federer se reconfirma por enésima vez como el rival a batir y amplia ventajas en un circuito que cada vez es más suyo. Se garantiza aguantar más semanas en el número uno que el mítico 'Jimbo' Connors (269) y sigue con su dictadura particular. Pero tranquilos, que en cuanto Rafa salga de la lesión comenzará la temporada de tierra, esa que tanto ha echado de menos, y se le espera.
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