Os copio y pego la crónica sobre el partido de segunda de Rafa Nadal, jugado esta semana, que he realizado para el Título de Experto en Periodismo Deportivo:
En la Rod Laver Arena es hora punta. La pista central del complejo de Melbourne Park aguarda al número uno del mundo. Rafael Nadal salta a la cancha con la mirada fruncida. Tras él, Ryan Sweeting, número 116 del mundo. Todos los flashes van dirigidos al mismo sitio. “Ahí está la bestia”, debe pensar el de las Bahamas. La personalización del triunfo en el tenis, eso en lo que el estadounidense parece acabar de empezar, a pesar de que sólo tiene una año menos que el balear.

Y surte efecto. Sweeting se hunde en la incapacidad que el número uno mundial genera. Las apuestas le dan como favorito absoluto para imponerse en las antípodas. Y él parece, más que nunca, comprometido con aquello de que tiene que ser la luz que dicen que hemos perdido. Cuando le ves parece que aquello de que los triunfos españoles son mentira es una tontería. Porque Nadal inspira mucho más que eso. A él, si le preguntas, te dirá que no se lo parece, claro. Él dirá que sólo juega al tenis. Como los ángeles, me permito añadir. Vence. 6-2, 6-1 y 6-1. Saluda al rival, a los espectadores, agacha la cabeza y se va, con la naturalidad que sólo él es capaz de demostrar. Y nosotros, que lo disfrutamos, decimos: que pase el siguiente.
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