viernes, 21 de enero de 2011

Que pase el siguiente


Os copio y pego la crónica sobre el partido de segunda de Rafa Nadal, jugado esta semana, que he realizado para el Título de Experto en Periodismo Deportivo:

            En la Rod Laver Arena es hora punta. La pista central del complejo de Melbourne Park aguarda al número uno del mundo. Rafael Nadal salta a la cancha con la mirada fruncida. Tras él, Ryan Sweeting, número 116 del mundo. Todos los flashes van dirigidos al mismo sitio. “Ahí está la bestia”, debe pensar el de las Bahamas. La personalización del triunfo en el tenis, eso en lo que el estadounidense parece acabar de empezar, a pesar de que sólo tiene una año menos que el balear.

Rafa Nadal contra Sweeting

            Es demasiado para él. Nadal comienza, como siempre, enchufado. Busca la línea de fondo para empezar el partido a brincos, como es habitual en él. No es un partido típico. Puede considerarse el primer encuentro para el de Manacor en Australia (lo de Marcos Daniel no cuenta). Sweeting lo sabe y quiere aprovechar la oportunidad. El entusiasmo le dura dos juegos. Dos juegos, lo que Rafa tarda en enseñarle las reglas de ‘su’ juego. El español realiza una competición inteligente. Dejadas para cortar el ritmo, restos de revés cortado cruzado para mantener a su rival en el fondo, derechas paralelas demoledoras, sin duda, su golpe más ofensivo. El topspin que le caracteriza se acentúa buscando cada línea con una intencionalidad inusitada. Rafa Nadal se está probando. Atrae a su rival a la red para después pasarle, abre el ángulo para mover al rival o carga la bola sobre el cuerpo del restador. Está rodándose, mejorando sensaciones sobre el plexicushion de las pistas australianas. Manda un aviso a sus rivales. Les dice: en tercera ronda, sin desgaste alguno, probándome y ganando sobrado.

            Y surte efecto. Sweeting se hunde en la incapacidad que el número uno mundial genera. Las apuestas le dan como favorito absoluto para imponerse en las antípodas. Y él parece, más que nunca, comprometido con aquello de que tiene que ser la luz que dicen que hemos perdido. Cuando le ves parece que aquello de que los triunfos españoles son mentira es una tontería. Porque Nadal inspira mucho más que eso. A él, si le preguntas, te dirá que no se lo parece, claro. Él dirá que sólo juega al tenis. Como los ángeles, me permito añadir. Vence. 6-2, 6-1 y 6-1. Saluda al rival, a los espectadores, agacha la cabeza y se va, con la naturalidad que sólo él es capaz de demostrar. Y nosotros, que lo disfrutamos, decimos: que pase el siguiente.

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