Los Bad Boys de Detroit. Foto: Solobasket
Entre dos de las más legendarias hegemonías de todos los
tiempos en el baloncesto hubo una rebelión, un equipo que alcanzó el trono con
un auténtico golpe de estado. Entre Magic-Bird y Michael Jordan aparecieron losdenostados Detroit Pistons de Chuck Daly.
Unos tipos malos, los Bad Boys. Eran los villanos y les
gustaba. Cada partido, una batalla. Cada rebote, una escena bélica. No
gustaban, pero ganaban. Y lo tenían muy asumido: su trabajo era la victoria, no
agradar al público. Isaiah Thomas era el enemigo público número 1 del “Estado
Michael” y estaba bien feliz de serlo.
Cuando nació la “estrella” de Nick Kyrgios, algunos pensamos
que venía como un soplo de aire fresco para el tenis. Que todo este
enquilosamiento e inmovilismo del que pecan federaciones, organizadores, clubes
y torneos en cuanto al tenis – y que ha permitido a otros deportes como el
pádel pasarles por la izquierda – podía verse beneficiado por una imagen
rebelde, rompedora, mediática, fresca y juvenil.
Pero el tiempo nos ha puesto en nuestro lugar y ha dado la
razón a aquellos que se mostraban críticos con el de Canberra. Nuestro gozo en un pozo con una decepción que ya no hace más que cansar a propios y extraños de tonterías y declaraciones.
Resulta que todos los excesos son malos, pero si el exceso
es de mala educación, es el doble de malo. Y lo malo, si doble, es dos veces malo.
La vida tenística de Kyrgios se nos está haciendo bola a todos. Un superdotado,
técnicamente un fuera de serie. Con unos golpes demoledores, un talento
sobrehumano y capaz de ganar a cualquiera. Digno, por tenis, de entrar en el olimpo
de los mejores.
Pero el caso es que nunca gana. Que esa pose de chico malo
es eso, sólo una pose. Que no pasa nunca más de unas rondas. Que supone una amenaza
temporal, pero nunca continua. Que el ranking, implacable juez y fiel testigo a
su vez del transcurso de una temporada, siempre refleja su realidad como una –
entiéndase – mediocre versión del australiano.
A Kyrgios se le ha olvidado que detrás de todas las bravuconadas, de los recursos, de las declaraciones… está el vacío.
Nick "romperaquetas" Kyrgios. Foto: Mundo Deportivo |
Los bad boys eran rebeldes, eran odiados, eran duros. Bill
Laimbeer, Joe Dumars, Dennis Rodman… eran de todo. Y ese todo incluía la
palabra clave: ganadores. Su oficio era la victoria. La victoria da sentido en
el deporte al método. El fin justifica los medios en una competición, si con
ello se alcanza el objetivo.
Se puede jugar bonito y ganar, pero lo importante en deporte
es meter un gol más que el rival, una canasta más que el enemigo y ganar el último
punto. Eso significa que eres, objetivamente, mejor que él.
Y eso es lo que no hace Kyrgios. Mucho show, mucha boquilla…
y mucha derrota e irregularidad. Y eso convierte toda esa imagen que se ha
construido de sí mismo en algo casi chabacano, sobrante, molesto e innecesario
para el tenis. Que sí, que puede ganarle a cualquiera. Que nadie lo quiere en las primeras rondas de los Grand Slams. Pero no sé Nick, parece falso.
Michael Jordan se encerró un verano en el gimnasio para
contrarrestar a Detroit. Porque antes de que el rey hiciera eso, Detroit era el equipo a batir. El
que tenía el anillo. Un equipo de leyenda porque ganó. Su rutina era la Victoria. Como la ciudad
australiana. Toma nota, Nick.
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