Carlos Alcaraz. Foto: El País |
La vuelta de la pandemia trajo un oasis en el desierto que es hoy en día el tenis español, que vive huérfano de nuevos ídolos y no atisba relevo generacional en el horizonte.
Los Ferrer, Feli, Verdasco y, sobre
todo, Nadal, no encontraban una nueva generación que recoja el testigo del
brillante pasado del deporte patrio. Además, la pandemia sumó muchos meses sin
competición a unos DNI que ya de por sí cargaban con muchos años y temporadas a
las espaldas.
Pasan los torneos, se acercan las retiradas y la NextGen es una
pléyade de estrellas rusas, austriacas, alemanas, australianas… pero no
españolas. ¿Qué iba a ser del tenis nacional en un futuro?
Por eso la llegada fulgurante de
una nueva promesa para el tenis español fue recibida por todos como un
espaldarazo para nuestros intereses. Un rutilante Carlos Alcaraz salía con unafuerza inusitada de una pandemia que parecía afectar a todos menos a él.
Un mes antes del confinamiento
había dado unas muestras de lo que podía ser con su primera victoria ATP nada
más y nada menos que en el 500 de Río de Janeiro ante el entonces 41 del mundo,
su compatriota Albert Ramos. Además, en segunda ronda había llevado al límite a
otro especialista de la superficie como Federico Coria, entregando la cuchara
solo al final y tras ofrecer una brillante imagen.
Los meses de parón pudieron
afectar a la mentalidad, al físico o al entrenamiento de muchos, pero parece
que no a Carlos, que retomó la actividad más fuerte que nunca y demostrando una
madurez y preparación inusitados en su edad.
Muesca tras muesca en su
cinturón, encadenó 3 challengers seguidos, con resultados sufridos pero victoriosos,
una muy buena imagen y una colección de récords, entre los que destaca el de
ser el decimoquinto jugador más joven de la historia en conseguir un título
profesional.
Roger Federer y Carlos Alcaraz. Un espejo donde reflejarse. Foto: Punto de Break |
Esta catapulta en el ranking ATP –
como un meteorito lanzado recorrió los puestos del 490 de inicios de año al 141
a finales del mismo – le nutrió de dos factores fundamentales: una buena
posición de partida para tener entrada en torneos de mayor categoría y una
notoriedad que le dio también billete de viaje con Wild Card incluida para
Acapulco, Miami o Madrid.
El panorama tenístico
internacional comenzaba a apuntar en sus libretas un nombre que subraya unas
semanas después con su entrada en el cuadro final del Open de Australia. Tras
una previa brillante en Qatar llegaba la obligada cuarentena – que a tenor de
lo visto unos meses antes, bien podía favorecerle frente a rivales más veteranos
– antes de convertirse en el primer jugador masculino nacido en 2003 en
clasificarse para el cuadro final de un Grand Slam (el tercer español de la
historia más joven en hacerlo tras dos ilustres como Arantxa Sánchez Vicario y
Rafael Nadal).
El fulgurante future conseguía
a principios de febrero una nueva victoria de prestigio en el 250 Great Ocean
Road: caía el número 14 del mundo, el belga David Goffin. La confirmación
de que un top 10 en ciernes se estaba curtiendo en las pistas valencianas sacude
los cimientos del mundo del tenis con su primera victoria en un Grand Slam, una
semana después, en el Open de Australia.
Desde fuera se percibe una cabeza
bien amueblada, una preparación física muy cuidada y un talento en ciernes, todo
lo cual componen en su conjunto un diamante en bruto aún por pulir. Una tarea
encargada a los ‘profes’ de la Academia Equelite de Juan Carlos Ferrero: un
campeón silencioso y currante preparado para formar y moldear al joven,
mantenerle con los pies en la tierra y recordarle de dónde viene antes de que
decida hacia dónde va. Es decir, todos los elementos para contar con una nueva
primera espada en el tenis mundial en cuyo casillero del ranking ondee la
bandera española.
No obstante, desde esa descollante racha culminada en la segunda ronda del Open de Australia, ha sobrevenido el silencio. Tras llegar al puesto 127 del ranking, ha descendido 5 posiciones. Una derrota en el ATP 250 de Montepellier en primera ronda, una en el de Gran Canaria en segunda y, aunque mucho más lógica y esperada, otras en el ATP de Acapulco ante todo un Alexander Zverev y otra más dolorosa en el Master 1000 de Miami frente al finés Emil Ruusuvuori han enfriado el entusiasmo.
¿Frenazo? ¿Decepción? ¿O simplemente un paso más en su progresión lenta y necesariamente progresiva en el camino hacia la élite mundial? Lo cierto es que, en España, y especialmente en el deporte, somos amigos de la impaciencia, enemigos del progreso silencioso; aliados únicamente del último triunfo y derrotistas con el más reciente fracaso. N
No me cabe duda de que Carlos, gracias al equipo y entorno que se percibe alrededor, sigue trabajando en Valencia para sacar lustre y brillo a sus posibilidades. Que cada derrota no es sino un aprendizaje y que el progreso es esclavo de un proceso doloroso que implica fallos, trabajo, desilusiones y sacrificios.
Está por ver, aunque creo que se merece el beneficio de una duda que es casi una certeza, si Carlos será otro muñeco roto del tenis o por el contrario una realidad a medio plazo del deporte de la raqueta. Mi opinión es la segunda, pero con paciencia. Su nombre ha llegado a las portadas de los periódicos. Nace la ilusión; queda ahora el duro choque con la realidad de la competencia feroz y bestial que supone el intento de escalada hacia el top 100, los cuadros finales, el caché y los focos.
Solo nos queda desear que Juanqui y su equipo consigan sacar al tenista que todos adivinamos que Alcaraz lleva dentro. Ya lo dijo Zverev: en 2024 tenemos a un posible TOP 10. Pero los españoles somos lo que somos: se nos va a hacer la espera eterna.
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