martes, 14 de junio de 2011

Vuelve Serena, vuelve el espectáculo



Perdonarán que lo diga tan crudamente, pero el tenis femenino está, desgraciadamente, de capa caída. No en cuanto al nivel, que es altísimo, ni a la exigencia, ni a la plenitud física ni a lo espectacular del sobrecargado calendario femenino. Es más bien por la ausencia de líderes claros.



Caroline Wozniacki, como bien saben, domina con mano de hierro el ranking de la WTA. Sin embargo, su máximo mérito a nivel individual es el de haber llegado a la final del US Open de 2009. No ha ganado ni un solo Grand Slam. Es guapa y mediática, pero sólo ella. El resto de las figuras del top ten de la WTA no son desconocidas, pero tampoco todo lo conocidas que debieran ser. Esta fragilidad de la número uno, unido al constante baile en el top ten, provoca una ausencia de figuras representativas y reconocibles. Ni Azarenka, ni Zvonareva, ni Kvitova... tal vez un poco Na Li, por aquello de que arrastra al potente mercado chino. Tal vez María Sharapova por su indudable poder mediático. Tal vez Clijsters, por lo bien que está llevando su regreso a la élite. Pero poco más.

Es cierto que la competitividad y la multiplicidad de favoritas asegura el espectáculo por un lado, pero la ausencia de grandísimos talentos lo elimina por el otro. No encontramos a esa tenista fuera de serie, capaz de vencer a todos, de derribarlo todo: Martina Navratilova, Martina Hingis, Steffi Graf, Mónica Seles o incluso Justine Henin y Kim Clijsters. Las dos últimas representantes de este nutrido grupo de 'tenistas-bandera' fueron sin duda alguna las hermanas Williams. 


Tras ellas hemos sido testigos de una sucesión imparable de grandes nombres que duraban unos meses, años a lo sumo. Surgían jugadoras del este de Europa que ascendían con 16 ó 17 años, con un estilo 'golpea primero, pregunta después', machacando rivales con una potencia magnífica y un poderío físico espectacular. Sin embargo, no les daba tiempo a consolidarse como ídolos, porque al poco tiempo había surgido una tenista más joven, más rápida y con golpes más potentes. La sucesión de campeonas de Grand Slam era interminable (no tanto la de números uno del ránking, aunque también). 

Así las cosas, hemos sido testigos de la lenta y progresiva desaparición de aquellas dictadoras que, raqueta en mano, caminaban por el circuito entre nubes de flashes, glamour y sobre todo talento. Mucho talento. Porque, desde mi punto de vista, lo que le falta ahora al circuito es talento. La fragilidad del revés de Henin, la belleza despiadada de Hingis o la interrumpida pugna entre Seles y Graf. 


En estas circunstancias debemos contar con dos jugadoras que, de un plumazo, acabaron con este vacío de poder: Venus y Serena Williams. Ni estaban ni se les esperaba porque desde muy tierna edad su padre las había alejado de los focos y de la alta competición. Alegaba huir del racismo, pero muchos sospechan lo que el quería era que se centraran únicamente en sus entrenamientos. Su llegada al circuito fue un ciclón. Han aparecido y desaparecido, cual Guadiana, lastradas por su incorregible carácter, sus salidas de tono, la baja forma o las lesiones. Sin embargo, cuando han estado han sentado cátedra. Las hijas de Richard Williams ostentan un palmarés que envidiaría casi cualquier jugadora de la historia.

En concreto, Serena, la mejor de las dos, ha ganado 13 Grand Slams individuales y 12 dobles. Ha sido 73 semanas consecutivas número uno de la WTA. Pero, lo que es mucho más importante, ha sido una cara, una figura reconocible allí por donde pasaba. Serena era la indiscutible líder, la cabeza de cartel, el reclamo publicitario. Incluso cuando los torneos coincidían con la ATP. 

Serena Williams es tenis... y mucho más

Siempre ha sido polémica. Ha intentado lanzar su carrera como modelo, a pesar de sus desproporcionadas medidas, y para ello no ha dudado en mezclar sus dos pasiones: el tenis y la moda. Tampoco se ha quedado nunca corta a la hora de diseñar y, junto a su hermana Venus, lanzó su propia línea de ropa. Un total de 122 semanas al frente de la WTA la colocan sexta en la clasificación histórica, justo por detrás de Mónica Seles. Y eso después de haber tenido que volver al circuito tras una grave lesión (recibió el Premio Laureus al mejor regreso en 2007) y tras muchos años de brutal desgaste. Recordemos que se hizo profesional con sólo 14 años y que ahora tiene 29, es decir, que lleva 15 años en la élite.

De carácter incontenible, a Serena la hemos visto en situaciones más bien inexplicables.

Incluso es especial Serena a la hora de hablar de sus problemas personales. A principios de este año, después de ganar Wimbledon y asombrar al mundo una vez más, después de sufrir una lesión en el pie (provocada por un cristal en una cena, no vayan a pensarse que fue entrenando) e intentar volver infructuosamente (los médicos le prohibieron, muy a pesar suyo, participar en el US Open 2010 y en el Australian Open 2011), se vio sorprendida por un edema pulmonar de extrema gravedad cuando asistía a una fiesta relacionada con la ceremonia de los Oscar, en Los Ángeles. Sin embargo, incluso de esta gravísima situación sacó provecho Serena: vendió la exclusiva de su enfermedad a la revista People.

Serena lo confirma: la normalidad está sobrevalorada

A la americana le gustan los focos, la atención el dinero y sí, tal vez un poquito el tenis. Es de carácter fuerte y todos recordamos aquel 'I will kill you' que le dedicó a un juez de línea cuando le pitó falta de pie en unas semifinales del US Open de 2009. La presión la derrumbó y la doble falta, que llegó en un momento clave del partido (6-4 6-5 para Clijsters y 15-30 para ella), le hizo perder los nervios. Acabó descalificada tras amenazar de muerte al juez de línea más cercano. 


Genio y figura, Serena Williams es amada por pocos y detestada por muchos. El éxito, el carácter y el talento generan envidias. Unas envidias que parecen gustar a la pequeña de las Williams. Nunca ha hecho nada por sacarse sus clichés de encima, ni parece que vaya a hacerlo, sino más bien al contrario. 

Las Williams estaban desapareciendo del circuito, o eso nos pretendían hacer creer. Lo cierto es que una mujer, Serena, que no ha participado en ningún torneo durante un año entero, aún está en el puesto 25 de la WTA. Una muestra más del bajo nivel del tenis femenino (Del Potro, en situación similar, cayó más allá del 200). Sus infecciones en el pie, sus edemas pulmonares, sus problemas de carácter... todo ha retrasado su vuelta. Pero aquí está.
Serena siempre ha sido acusada de chabacanería

Hoy Serena debuta en Eastbourne, antesala de Wimbledon. Lo hace después de haber estado lejos de los focos y el clamor que tanto le gustan. Polémica, discutible, incluso chabacana cuando llega a ciertos extremos. Sin embargo, su hoja de ruta está clara, y su palmarés también. El tenis la echaba de menos, porque este deporte necesita repercusión, porque no es sólo una raqueta, unas bolas, una red y unas líneas: es también todo el circo mediático montado alrededor, al que nos da por llamar circuito. Y en eso, la Williams es un filón. Cuando Serena juega un partido la recaudación sube. Cuando se apunta a un torneo la expectación es mayor. El público la quiere. Y la WTA la necesita. 

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