sábado, 4 de febrero de 2012

Bernard Tomic, el último aussie

Hubo un tiempo en el que Australia fue el contrapunto. El segundo poder que amenazaba el yugo yankee. Australia era la tercera cuna del tenis, tras Inglaterra por tradición y Estados Unidos por jugadores. De hecho, cuentan con la friolera de 28 Copas Davis. Los oceánicos han sido siempre el adalid de los cañoneros, de los jugadores de red, de la clase, el toque, el tenis de salón.

Cuando el tenis comenzó, ellos ya estaban allí. Nombres que para los jóvenes y los no jóvenes sólo se identifican con una foto en blanco y negro. Arthur O'Hara Wood. Anthony Wilding. James Anderson. Fíjense si hace tiempo, que el Open de Australia era el de Australasia. Pero ellos ya estaban allí. Ahora, en cambio, están clasificados como décimoquintos en la Clasificación Mundial. Sólo dos jugadores australianos están en el Top 100: Bernard Tomic (34) y Mathew Ebden (85). Quién les ha visto y quién les ve.


Por en medio de esos dos polos creció la leyenda australiana. Con Jack Crawford. Con John Bromwich. Con Ken Rosewall.Roy Emerson. John Newcombe. Lew Hoad. Adrian Quist. Tony Roche.Y, por supuesto, Rod Laver. Llega el final de los 60's y el principio de los 70's. Llega el silencio. Hay que entender este paréntesis como un concepto aplicado a la segunda nación histórica de la Copa Davis: volvieron a ganarla en  el 73, 77, 83 y 86. Para cualquier país, eso no es desaparecer del mapa. Para los aussies, que habían ocupado el 49% del mismo, eso era una tragedia. Australia, no obstante, tenía peso. Tradición tenística. Magia. Australia volvió. Patrick Rafter, aquel anárquico voleador, aporreó las puertas del éxito. Le siguieron dos mitos: el cañonero, el sacador, Mark Philippoussis; el bregador, el que se ponía la gorra hacia atrás, volaba sobre la pista y llegaba a todo, el rocoso, Lleyton Hewitt. Australia volvía a estar arriba del todo. Donde debía. Volvió a ganar, tras 17 años, la Copa Davis. 

Las Antípodas estaban de moda. Ese año le quitaron la Davis a Francia. Al año siguiente, qué recuerdos, nosotros les privamos de las mieles de la victoria. Pero en 2003 se vengaron con creces. Y a partir de ahí, de nuevo, el desierto. Y esta vez era un desierto desolador. Rafter se quemó, Philippoussis se quedó en un buen (gran) sacador. Hewitt tuvo unos años magníficos y después las agujas del tiempo llamaron a su puerta. Ahora sigue jugando, como Ferrero, para disfrutar del tenis. Pero nada más. Desde esa fatídica mañana de domingo de 2003, no se la ha vuelto a ver en finales de Davis. Ninguno de sus jugadores ha visitado las rondas finales de los Grand Slam, salvo el propio Hewitt, esporádicamente. Sin jóvenes promesas. Sin héroes. Poco a poco, han dejado paso a las nuevas potencias: Argentina, Francia, España, Serbia, Suiza. Esfuerzos por volver a la élite, no obstante, no les han faltado. Ahí está, por ejemplo, Félix Mantilla trabajando en el tenis base. 

Ha tenido que ser un alemán de ascendencia croata, todo un australiano vaya, quien acuda al rescate. La afición oceánica, que tiene uno de los mejores torneos del año, está ávida de líderes, de ídolos. Y aparece Tomic. Un cañonero, alto y sacador como Philippoussis (mide 1'93) pero con un juego agresivo y capaz de llegar más lejos. Está considerado como una de las promesas más firmes del circuito, junto a Milos Raonic y (si se centra) Alexandr Dolgopolov. Bernard explotó el año pasado, ascendiendo hasta el puesto 42 del ranking. Los más enchufados a la dinámica del deporte ya dijeron que iba para arriba. Su tercera ronda en Australia y, ante todo, sus cuartos de final en Wimbledon ante el imparable Djokovic (al que, por cierto, le hizo un set), confirmaban a un jugador rápido, agresivo, de césped y cemento. Comienza el 2012 con buen tiento: se enfrenta en Australia a Verdasco, uno de sus primeros verdugos, y lo destroza. Solo el gran Roger Federer lo pudo detener en octavos. Pero los aussies ya lo han visto. Se han emocionado al ver sus servicios, sus ataques, su juego plano, su coordinación a pesar de la altura, su competitividad. Con sólo 20 años, los resultados están llegando y el basamento está ahí. Ahora falta trabajar, adquirir regularidad, fortaleza mental. Saber utilizar ese martillo que tiene por brazo en pos de la efectividad. Bernard es uno de aquellos jugadores que necesita destrozar a su rival. Sacarlo a golpes de la pista. Hundirlo en la malla. Los puntos largos no son lo suyo. Ahora tiene que desarrollar esas características y convertirlas en éxito.

Tomic es rápido, es joven, es fuerte. Tiene una derecha ofensiva y un gran servicio. Tiene toque para subir a la red. Cumple a lo largo del año, y no sólo en los GS. Pero sufre contra los grandes restadores. No le gusta verse desplazado (como casi todos los jugadores "de altura") de lado a lado de la pista. Los puntos largos y el ritmo frenético de Nadal o Ferrer no le son recomendables. Él es una parte más de la nueva escuela de cañoneros, como Raonic, heredada de Del Potro o Djokovic. Con 20 años, Tomic es ahora el primer mimbre de una carrera muy prometedora. Pero es algo más que eso. Es la esperanza de un país, la semilla que haga germinar la enésima gloria de una nación legendaria venida a menos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario