viernes, 27 de enero de 2012

El Cagómetro se dispara


Rafael Nadal jugará el final del Australian Open frente a Novak Djokovic. Bien. Era lo esperado. Si hubiéramos tenido que apostar en una de esas celebérrimas páginas Web, nos lo habríamos jugado todos a esa final. Federer y Murray eran las alternativas, pero con la boca pequeña. Dentro de este Fantastic Four, sólo amenazado de lejos y tenumente, como un susurro, por David Ferrer, existe también una jerarquía. Desde principio del año pasado, el liderazgo de Nole es indiscutible. Rafa Nadal, nuestro héroe de novela de caballerías, es su escudero. Como tal, cuando juega frente a él, en los últimos tiempos, tiende a bajar la cabeza y limitarse a capitular ante un rival superior.
Los dos siguientes en liza, suizo y escocés, para más señas, nos han ofrecido dos semifinales espectaculares. Dos partidos de tenis de los que hacen afición: emocionantes, con un nivel estratosférico, con remontadas,  puntos imposibles, passings, juego agresivo dentro de la pista, talento, táctica... espectáculo puro y duro. Pero, al final, han caído derrotados.
Ahora a Nadal le toca afrontar a su bestia negra. Aunque, estoy seguro, lo hace con confianza, sin temor ni miedo, con ambición. Con ganas de revancha. Para el aficionado, creo, el pensamiento es bien distinto.
El año pasado no fue capaz de ganarle. Por eso, mientras todos nos enganchábamos esta mañana al televisor para  deleitarnos con la resistencia y la épica de Murray, rezábamos para que  el británico venciese en el duelo de titanes. Rezábamos porque creíamos que así Nadal tendría, el domingo, más posibilidades. Creemos que le viene mejor el juego de  Murricane, que así podrá sumar su undécimo Grand Slam, y si se enfrenta al serbio, no. En otras palabras: le tenemos miedo al Djoker, como los habitantes de Gotham. El Cagómetro, término tan descriptivo como suprautilizado en los mass media para el deporte del fútbol, se nos ha disparado esta mañana. Qué digo, disparado. Ha entrado en completa barrena, en apoteosis destructiva. Los españoles nos jactamos de nuestros éxitos deportivos (que son unos cuantos), pero mostramos un endémico temor a no conseguirlos.
Ojalá tuviéramos mentalidad americana. Buscar el mejor espectáculo, el rival más fuerte. No querríamos ganar el Australian Open si en el no participaran los mejores. Ni que los eliminaran los demás, sino nosotros. Sólo lamentaríamos no poder cargarnos nosotros mismos a Murray, porque iba por la otra parte del cuadro: Showtime.
Los dos mejores jugadores de tenis del mundo (perdóname, sir Roger, perdóname) se van a enfrentar en la final del primer Grand Slam de la temporada. El nuevo dominador del orden mundial frente al bregador, al luchador, al gladiador que, una vez más, ha superado todos los obstáculos para llegar a la final y tratar de plantarle cara. Con un juego más agresivo, más dentro de la pista, puntos (ligeramente) más cortos y un saque considerablemente mejor, Nadal ha vuelto a dar una vuelta de tuerca para adaptarse a la nueva realidad tenística. Es un survivor que llegó siendo David y teniendo que tumbar al Goliath más gigante de todos, y lo consiguió. Y se ha conjurado para volver a hacerlo con un Goliath nuevo. Creamos en él. Su juego se ha adaptado a cada nuevo reto. Siempre. Es que a Nadal le motivan los retos. Nosotros, los aficionados españoles que le apoyaremos el domingo, deberíamos motivarnos igual. El partido que se jugará en las antípodas será, como las dos semifinales, una oda al tenis. Olvidémonos del miedo, del Cagómetro, del head-to-head de la última campaña. Limitémonos a disfrutar, a sentarnos en el sofá, dispuestos a que nos levanten de él, con dos banderas pintadas en las mejillas y gritando ¡Vamos, Rafa!

No hay comentarios:

Publicar un comentario