lunes, 30 de enero de 2012

Un paso adelante



Nadal ha adelantado su posición para jugar casi dentro de la
pista. Foto: lainformación.com
No edulcoremos la derrota. No le robemos al deporte su parte más bonita: la competición. La derrota siempre duele, suceda como suceda. La derrota es, siempre, un fracaso. Lo es porque todo enfrentamiento de capacidades tiene como objetivo demostrar que se domina un arte mejor que otro u otros. La razón de ser del deporte es la competitividad, el deseo de superar obstáculos y barreras, se identifiquen estos con adversarios o con nuestros propios límites. Por lo tanto, los únicos deportistas que han triunfado en el Australian Open han sido Novak Djokovic y Victoria Azarenka. 

Sin embargo, toda derrota y toda victoria (de hecho, todo enfrentamiento competitivo) poseen una intrahistoria, un cúmulo de circunstancias que la rodean, le dan sentido y definen su guión. En esta ocasión, es en esa intrahistoria en la que nos basamos todos para acabar dando por bueno un resultado adverso. 


La última semana en Australia ha sido una maravilla. Primero, Rafa Nadal nos regaló una victoria exuberante en el Clásico frente a Roger Federer. El suizo, tan eterno como díscolo, dejó muestras de su clase y su talento sobre la pista, pero el hambre que demostró Nadal fue demasiado para él. El nivel de ambos nos dejó, de nuevo, enganchados al sofá. No iban a terminar hay las emociones, no, no crean: Murray estuvo a punto de protagonizar la heróica en una semifinal para el recuerdo y el desgaste de Djoker. De nuevo, pasar la mañana delante de la caja tonta mereció la pena. Tras un paréntesis durante el cual Azarenka nos dejó con ganas de tenis tras arrasar a una desafortunada Sharapova, llegó el plato fuerte. Y no decepcionó.

La esperanza de un Djokovic peor, por rastrera que pudiera parecer, flotaba en el ambiente tanto o más que la de un Nadal mejor. La victoria, compañera de viaje de Nadal durante muchos torneos, parecía ahora muy lejana, guardada en la maleta de otro pasajero. Sin embargo, el devenir del partido nos insufló esperanzas, miedos, nervios, pasión, emoción, tenis y, finalmente, un hondo y largo suspiro de desilusión.

Nadal sólo vuelve a las zonas alejadas de las líneas
entre punto y punto. Foto: Tenis Web
Decía antes que el deporte es competición. Rafael Nadal nació para competir. Vive por y para ello. Cuando comenzó a jugar, consiguió batir en tierra a un todopoderoso titán compuesto por un porcentaje de talento y otro de aura invencible. Le acusaron de jugador defensivo y añadió variantes a su juego para ganar sobre cemento. Le acusaron de no saber jugar en hierba y mejoró el saque y la volea, entrenamiento tras entrenamiento, para triunfar en Wimbledon, en aquella penumbra legendaria de 2008. Le acusaron, finalmente, de no obtener suficiente rédito de su juego por ser demasiado plano y predecible. Y desarrolló el revés cortado para cortar el ritmo de los cañoneros (como Djokovic) y provocar el error del oponente. 

Ahora ha llegado su último desafío. Nadal, lejos de desmotivarse, rendirse o incluso llorar como el suizo, acepta el reto. Ha perdido un año, en el que se ha enfrentado a Djokovic en la pista pero no en el tenis. Ahora ya ha reaccionado. Como Rafa es competición pura y dura, ha reflexionado y optado por aumentar su potencia. Subir de peso su raqueta y adentrarse en la pista para golpear son consecuencias lógicas de ese juego más agresivo. En este Australian Open lo hemos visto, sobre todo, en sus passings y en sus derechas paralelas, que han hecho las delicias de todos. Ahora Nadal juega al ataque, sin reservas. 

El pasado domingo vimos una oda al tenis, un partido de emoción, de garra, de fe, de deporte, de competición. La imagen de Djokovic desgarrándose la camiseta tras vencer, de ambos postrados para recibir el torneo, de Nadal por el suelo tras ganar el cuarto set... todo ello resume la guerra de titanes que, al final, se llevo el serbio. Lo que nos anima a los españoles no es el cambio de tendencia, que no ha tenido lugar, sino el paso adelante de Nadal. Y no en sentido figurado. Antes Nadal jugaba en Australia sobre el blanco de las letras de Melbourne. Ahora juega sobre el blanco de la línea de fondo. Siéntense, calienten las palomitas, compren una banderita. Nos espera una temporada apasionante.

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